Por esa manía decadente del orden y la limpieza, abro mi agenda de contactos en el teléfono y repaso si hay alguien que sobre; ya sabemos que el espacio en la tarjeta sim es limitado y hay que dejar sitio a la gente nueva.
Y voy deslizando el dedo por la pantalla y voy encontrando nombres que hace mucho o no tanto tiempo estaban presentes casi todos los días en mi vida. Y entonces vuelvo mentalmente al momento del último contacto con cada uno de ellos: ¿qué ocurrió? ¿Nos peleamos? ¿Se marchó muy lejos? ¿Me hizo daño? ¿Hubo un malentendido?
Y me encuentro con que no ocurrió nada grave, simplemente la vida nos fue separando.
Él se casó y es padre de familia. Durante un tiempo fue un extraño pero buen amigo; excéntrico pero gracioso. Y le echo de menos.
Sigo bajando y otra persona lejana en el tiempo aparece. Qué buenos momentos pasamos juntas!
Otro amigo en su momento, que me dió apoyo en momentos difíciles.
También una prima a la que apenas veo y de la que no sé casi nada de su vida.
Y así sucesivamente.
Gente que ha desaparecido de mi vida sin una causa aparente, a la que traté de mantener a mi lado aunque a lo mejor la vida en sí misma nos estaba separando a propósito. Pero eso nunca lo vemos en el momento. Y en algunos casos, sigo sin verlo. De repente aparece la melancolía, maldita sea.
Entonces decido hacer ese «esfuerzo» y a todos ellos les envío un whatsapp. Y pongo «esfuerzo» entre comillas porque aunque sea un simple gesto con apenas desgaste físico ni mental, no todo el mundo lo lleva a cabo. Y además sé que dependiendo del resultado que obtenga, consideraré que ha valido o no la pena. Y, estúpida de mí, pienso que ese intento hará que las cosas cambien y que ellos tomen la iniciativa de volver a hacer cosas juntos y contarnos la vida. Pero no, nos intercambiamos unas simples frases hechas y corteses. Y con ello se acaba mi incursión en su vida. Nada cambia. Todo permanece igual. Yo seguiré con mi vida y ellos con la suya.
No tengo súper poderes para saber qué piensan ellos qué pasó. Seguramente ni se lo plantean. Y aunque lo hiciesen e intercambiásemos impresiones sobre el origen del distanciamiento, nunca estaríamos de acuerdo al 100% sobre los motivos. Porque realmente no hay explicación para ello. No deberíamos buscarla. Son simplemente cosas que pasan, fases de la vida. Unos deben salir para que otros entren. Y yo digo: «bueno, yo tengo sitio para todos!!!». Y me sonrío a mí misma. Esta manía mía de luchar contracorriente… contra lo inevitable.
Y entonces pienso: tal vez yo tenga la mala costumbre de aferrarme a la gente, sin pensar realmente lo que me aportan, simplemente por no sentirme sola. Y entonces me doy cuenta de que debo dejar fluir la amistad y las relaciones con los otros. Que quien no quiere estar, no debe estar. Y que no se puede forzar una relación porque nada bueno saldrá de ahí.
Debe estar conectado para enviar un comentario.