La enfermedad de estar ocupado —Compartido del blog «Al gluten, buena cara»

Hace unos días me encontré con una buena amiga. Me detuve para preguntarle qué tal le iba y saber cómo estaba su familia. Puso los ojos en blanco, miró hacia arriba y en voz baja suspiró: “Estoy muy ocupada… muy ocupada… demasiadas cosas ahora mismo.” Poco después, le pregunté a otro amigo y le pregunté […]

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La cárcel de la ansiedad

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Es una presión en el pecho que no te deja respirar. La desgana que te priva de las ganas de reír.

Un nudo en el estómago que no te deja comer. O unas ganas voraces de ingerir cualquier cosa.

Son los grilletes que te impiden salir de casa. El miedo que te impide levantarte por la mañana. Las lágrimas que aparecen sin motivo.

La impotencia por depender de la medicación. Las noches en vela cuando necesitas cerrar las ojos y dejarte ir.

El bloqueo emocional para tomar las riendas de tu vida.

Es la oscuridad que se apodera de tu rostro y de tu alma cuando los demás no te ven.

Pero lo peor, lo infinitamente peor de la ansiedad, es que el resto del mundo piensa que es voluntaria cuando darías cualquier cosa por arrancarla de tu vida.

Búscala

Entrada Agotada

Búscate una loca, de las de remate.

De las que cuando piensas que ya no puede hacer algo más estúpido, va y te sorprende con algo inesperado.

Busca una chica que se ría a carcajadas, sin importarle donde se encuentra o quien tenga alrededor.

Esa que te cuente chistes malos y haga bromas tontas sin que puedas evitar reírte y no sepas el porqué.

Que cante por la calle con la música de algún coche e intente que tu también lo hagas. Que baile bajo la lluvia sin preocuparse por su peinado.

Búscate una pesada, una tocahuevos, de las que juegan con tus puntos débiles o manías sabiendo que consiguen desquiciarte, provocando en ti una ganas locas de ahogarla, pero con abrazos.

Busca una irracional, humilde, sencilla y directa. Que llore, que grite, que tenga carácter. Que te monte numeritos pero los compense con muy buenas escenas.

Que no sepas…

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Sin música no hay vida

¿Qué haría si no existieses?

¿Quién me daría esa energía para levantarme por la mañana?

¿Quién mecería mis lloros en mis momentos más bajos?

¿Quién expresaría mis estados de ánimo?

¿Quién me empujaría a mover las caderas y los pies cuando necesito sacar la adrenalina fuera?

¿Quién plasmaría mis pensamientos?

¿Quién llenaría esos momentos de silencio cuando necesito ruido?

¿Quién me ayudaría a relajarme en momentos de tensión extrema?

¿Quién podría crear una mejor atmósfera en una reunión de amigos o incluso en la intimidad de un encuentro sexual?

He adorado la música desde que nací, probablemente desde antes incluso. Aunque mis padres no son melómanos, yo sí, desde que puedo recordar. Siempre he cantado a solas en mi habitación; me he encontrado moviéndome al son de un ritmo que tenía en la cabeza. Me he cantado siempre a mí misma porque era demasiado vergonzosa para cantarle a los demás. Siempre he escuchado todo lo que caía en mis manos y he rebuscado para conocer más y más entre la diversidad de las músicas del mundo. Y lo que me queda por descubrir…

La MÚSICA con mayúsculas me ha acompañado en todos los momentos transcendentales de mi vida. Probablemente podría escribir el diario de mi vida con mucha mayor exactitud y certeza simplemente utilizando canciones. Porque la música expresa lo que yo no puedo hacer con palabras; porque la música me late en las entrañas.

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Recientemente me he incorporado como «aprendiz» a todo este universo de la música en directo. Me he armado de valor para perder mi vergüenza y cantar delante de otros, delante de muchos. Y aunque la inseguridad sigue ahí, siento que debería haberlo hecho mucho antes y que se ha llenado un hueco que antes estaba vacío. Yo estaba incompleta y me estaba perdiendo mucho de mí misma.

Tengo mucho que aprender pero también tengo mucho que dar con mi voz, mi interpretación y mi sentimiento. Porque cada vez que me pongo delante de un micrófono, el mundo cambia, sale el sol y los problemas se desvanecen entre las 4 paredes del local de ensayo; cuanto más encima de un escenario!

Música, deseo tenerte siempre conmigo, que me sigas acompañando en todos mis momentos vitales; que siga existiendo esa relación tan intensa que hemos tenido siempre; que sigamos yendo cogidas de la mano las 24 horas del día. Porque tú nunca me abandonas, siempre permaneces fiel, pase lo que pase.

Sin música no hay vida.

«Demasiada empatía te matará»

Y si le planteo ésto, ¿le molestará? ¿pensará mal de mí? Si hago esto otro, ¿interpretará que le estoy utilizando?

Estas son algunas de las reflexiones rápidas, inconscientes y automáticas que las personas con «exceso» de empatía hacemos a la hora de relacionarnos con los demás.

Y sí, digo exceso, porque pensar siempre en las consecuencias e interpretaciones que los demás hacen de nuestras acciones o palabras, es extremadamente cansado. No sólo porque supone un desgaste de energía para el cerebro que contempla todo un abanico de posibilidades derivadas de lo que hacemos, sino porque, en la mayoría de los casos, la retroalimentación que recibimos de nuestro interlocutor es de total indiferencia.

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Existe un conflicto constante entre lo que realizamos pensando en cómo le va a afectar a los demás y si éso mismo nos afecta a nosotros negativamente.

Evidentemente, todo esto está enmarcado en el conjunto de valores que cada uno de nosotros tenemos, en lo que entendemos por ser educados y ser considerados con los demás. Con esos «demás» no sólo me refiero a la gente que tenemos cerca sino a cualquiera que se cruce en nuestro camino.

Cuando hay un exceso de empatía, muchas veces dejamos nuestras necesidades primarias de lado, pensando en cómo nos gustaría que nos tratasen si estuviésemos al otro lado. Condicionamos, pues, nuestras decisiones a causar las mínimas «molestias» al otro porque también nos gustaría que lo hiciesen en el caso contrario.

Pero, ¿qué sucede cuando no  es así al revés, cuándo los demás no se ponen en nuestro lugar? Racionalmente, deberíamos aconsejarnos dejar tanta empatía de lado y comportarnos de forma más despreocupada.

Pero los «súper-empáticos» llevamos éso  en nuestro ADN, no es sólo un hábito, es un rasgo innato que nos distingue socialmente y que es tremendamente útil en multitud de ocasiones no sólo personales sino una herramienta que nos puede ayudar en el éxito profesional.

¿Debemos intentar moldearlo y relativizarlo? Probablemente, sí. Pero, quien sea capaz de hacerlo… que me avise!

Un poquito de orgullo

desmotivaciones.mx_NO-ES-ORGULLO-se-llama-dignidad-no-ruego-ni-mendigo-amor-a-nadie-_135593853829La gente dice que el orgullo te impide acercarte a muchas personas y disfrutar de muchas situaciones; que te aprisiona en tus propios miedos y egoísmo; que ancla tus pies a tu propia visión de la vida para no tener en cuenta la de los demás. El orgullo, parece ser, te impide ser feliz.

Hay muchas personas que por orgullo no piden perdón, no dan marcha atrás en sus palabras, no se vuelven a acercar a los que un día les hicieron daño o ni siquiera intentan saber si realmente el silencio se debió a un simple malentendido.

Bien, entiendo que éso no es muy provechoso, que no nos beneficia en nuestras relaciones sociales y que puede hacer que dejemos que nuestros juicios primarios sobre personas o situaciones determinen quién debe o no estar en nuestra vida. Y por ende, éso puede hacer que nos equivoquemos. Y mucho. Y que perdamos de estar con gente que en realidad es maravillosa pero ha tenido un mal día, un mal juicio o una mala palabra.

Perfecto. Entendido.

Pero ¿qué hay del otro extremo? Cuando hay una discusión y tú eres la primera persona en descolgar el teléfono (bueno o en teclear un mensaje de whatsapp) para hacer ver que no ha pasado nada. O cuando intentas reconducir una relación para no quedarse anclado en una mala experiencia o un  simple malentendido. O cuando intentas una y otra vez hablar con esa persona que te dice que sí, que tiene ganas de verte, pero con la tontería ha pasado un año.

¿Qué pasa cuando la falta del más mínimo orgullo nos lleva a dejarnos pisotear? A intentar revivir una amistad que está muerta? A intentar conquistar a alguien que tiene otras prioridades? A intentar quedar con alguien que nunca encuentra tiempo para un café?

Y por supuesto estoy hablando de personas que no te dan un no rotundo o no te contestan. Cuando te dicen directamente «vete a la mierda», sé lo que hay que hacer -y además lo hago!-. Pero cuando hay un silencio o una excusa, te quedas con la duda. Y esa duda crece pero nunca se despeja porque en tu fuero interno sigues pensando que lo mejor es seguir insistiendo, más que nada por no perder la oportunidad de…

De qué? De que te sigan pisoteando y mofándose de ti. Ésa es la única respuesta posible a esta pregunta.

Pues a mí … a mí que me dén de eso: un poquito de orgullo.

Odio y amor

Nunca he conseguido odiar a nadie. Dá igual el daño que me pudiese hacer. Dá igual cómo se hubiese portado conmigo. No olvido pero tampoco guardo rencor; siempre deseo lo mejor a quien se va de mi vida, por mal que hayamos acabado. Probablemente sea porque intento recordar los buenos momentos compartidos y, al ponerlos en la balanza, que gane la parte positiva.

Sin embargo, se puede experimentar otro tipo de odio: aquél que se profesa a alguien que apenas conoces. El que se experimenta cuando hay alguien que te interesa y no sabes por qué. Intentas analizar qué te gusta de esa persona y qué no. Eres capaz de escribir los defectos en un papel pero cuando llegas a la parte de plasmar los rasgos positivos que has conocido resulta que no encuentras las palabras; no sólo porque apenas conoces a esa persona sino porque realmente son etéreos, indefinidos, confusos y se refieren a sensaciones que experimentas, no a comportamientos objetivos. Muy pocas cosas has compartido con él. Pero ahí esAmor y odiotán para hacerte odiar. Es esa mirada pícara y maliciosa; es esa sonrisa ladeada de niño travieso; son los pensamientos que sabes que está teniendo contigo; las ganas de hincarle el diente; el desafío que supone estar lejos de él. La atracción más animal y voraz.

No hay enamoramiento, no ves a esa persona como compañero de vida ni siquiera como amigo. Son las ganas de contacto, saberte deseada y pensada en la distancia por ese otro ser. Le buscas, le hablas, intentas tener contacto con él y haces lo imposible por verle. Pero él no demuestra nada más que pasividad. En un momento pasado te buscó pero fue algo puntual. Sabes que no te piensa, que no le importas, que a menos que te plantes delante de él, no existes. Es un nexo de unión que mantienes de forma unilateral aún sabiendo que para esa otra persona eres una más. Y entonces aparece el odio y él es la diana que se te pone por delante; y le odias; y es una locura.

Pero como dice una amiga lo más probable es que no sea odio hacia él; seguramente será el deseo de no quererle, de no pensarle, de no necesitarle; las ganas de apartarle de tu mente, de tu vida y no sentir más por él. Porque sabes que nada va a haber y que nada deseas de él pero ese imán siempre te lleva en la misma dirección. Y ahí también te odias a ti misma.

Dejar ir…

Por esa manía decadente del orden y la limpieza, abro mi agenda de contactos en el teléfono y repaso si hay alguien que sobre; ya sabemos que el espacio en la tarjeta sim es limitado y hay que dejar sitio a la gente nueva.

Y voy deslizando el dedo por la pantalla y voy encontrando nombres que hace mucho o no tanto tiempo estaban presentes casi todos los días en mi vida. Y entonces vuelvo mentalmente al momento del último contacto con cada uno de ellos: ¿qué ocurrió? ¿Nos peleamos? ¿Se marchó muy lejos? ¿Me hizo daño? ¿Hubo un malentendido?

Y me encuentro con que no ocurrió nada grave, simplemente la vida nos fue separando.

Él se casó y es padre de familia. Durante un tiempo fue un extraño pero buen amigo; excéntrico pero gracioso. Y le echo de menos.

Sigo bajando y otra persona lejana en el tiempo aparece. Qué buenos momentos pasamos juntas!

Otro amigo en su momento, que me dió apoyo en momentos difíciles.

También una prima a la que apenas veo y de la que no sé casi nada de su vida.

Y así sucesivamente.

Gente que ha desaparecido de mi vida sin una causa aparente, a la que traté de mantener a mi lado aunque a lo mejor la vida en sí misma nos estaba separando a propósito. Pero eso nunca lo vemos en el momento. Y en algunos casos, sigo sin verlo. De repente aparece la melancolía, maldita sea.

Entonces decido hacer ese «esfuerzo» y a todos ellos les envío un whatsapp. Y pongo «esfuerzo» entre comillas porque aunque sea un simple gesto con apenas desgaste físico ni mental, no todo el mundo lo lleva a cabo. Y además sé que dependiendo del resultado que obtenga, consideraré que ha valido o no la pena. Y, estúpida de mí, pienso que ese intento hará que las cosas cambien y que ellos tomen la iniciativa de volver a hacer cosas juntos y contarnos la vida. Pero no, nos intercambiamos unas simples frases hechas y corteses. Y con ello se acaba mi incursión en su vida. Nada cambia. Todo permanece igual. Yo seguiré con mi vida y ellos con la suya.

si alguien quiere ser parte de tu vida

No tengo súper poderes para saber qué piensan ellos qué pasó. Seguramente ni se lo plantean. Y aunque lo hiciesen e intercambiásemos impresiones sobre el origen del distanciamiento, nunca estaríamos de acuerdo al 100% sobre los motivos. Porque realmente no hay explicación para ello. No deberíamos buscarla. Son simplemente cosas que pasan, fases de la vida. Unos deben salir para que otros entren. Y yo digo: «bueno, yo tengo sitio para todos!!!». Y me sonrío a mí misma. Esta manía mía de luchar contracorriente… contra lo inevitable.

Y entonces pienso: tal vez yo tenga la mala costumbre de aferrarme a la gente, sin pensar realmente lo que me aportan, simplemente por no sentirme sola. Y entonces me doy cuenta de que debo dejar fluir la amistad y las relaciones con los otros. Que quien no quiere estar, no debe estar. Y que no se puede forzar una relación porque nada bueno saldrá de ahí.

Al gluten, buena cara

Estilo de vida sin gluten

criss!! ❤

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